Anónimo era una mujer: La invisibilización del arte femenino y la dominación patriarcal en el mundo del arte

El arte producido por mujeres ha sido históricamente excluido y devaluado, lo que ha resultado en la invisibilización de su perspectiva sobre su propia estética

Anónimo era una mujer: La invisibilización del arte femenino y la dominación patriarcal en el mundo del arte

“El problema de la representación femenina en el arte no es sólo una cuestión de cifras o de visibilidad, sino de poder”.

El arte producido por mujeres ha sido históricamente excluido y devaluado, lo que ha resultado en la invisibilización de su perspectiva sobre su propia estética y experiencia. A pesar de que las mujeres han participado en la creación artística desde sus inicios, algunas formas de expresión como la cerámica, han sido relegadas a la categoría de "artes menores" o manualidades, por una visión eurocéntrica, clasista y patriarcal. Esta discriminación no sólo ha restado valor a estas manifestaciones artísticas, sino que ha contribuido a la creación de un canon estético que sigue perpetuando la subordinación de las mujeres dentro del mundo del arte.

Griselda Pollock afirma que la feminización de prácticas como el bordado las condena a ser vistas como decorativas y/o utilitarias, en lugar de ser reconocidas como formas legítimas de expresión artística. El colectivo de artistas feministas, Guerrilla Girls, también denunció la invisibilización del trabajo artístico femenino, especialmente en su famosa campaña de 1989: "¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar al Museo Metropolitano?", denunciaron cómo, en ese momento, menos del 5% de lxs artistas en la sección de arte moderno eran mujeres, mientras que el 85% de los desnudos exhibidos eran femeninos. Esta discrepancia no sólo revela una exclusión estructural de las mujeres artistas y su trabajo, sino también la objetivación constante de sus cuerpos como sujetos pasivos en el arte.

El canon masculino dentro de la tradición artística se diferencia del femenino en términos de representación. Los hombres son "típicamente retratados como fuertes, activos, heroicos y desempeñando roles históricos importantes" (Eaton, 2005), mientras que las mujeres son limitadas a una percepción reductiva que las muestra como "débiles, inertes y vulnerables" (Eaton, 2005). Esta diferenciación subraya cómo el canon artístico ha consolidado y perpetuado visiones patriarcales de género, que se traducen en la exclusión y minimización del arte creado por mujeres.

Por otro lado, la crítica feminista Linda Nochlin cuestiona por qué no han habido grandes mujeres artistas, destacando cómo la misma formulación de la pregunta implica que el arte producido por mujeres es inherentemente diferente o inferior al de los hombres. Nochlin argumenta que esta dicotomía refuerza la visión patriarcal que ha moldeado el mundo del arte, encasillando a las mujeres en una categoría separada y subordinada. Para contrarrestar esto, propone que las mujeres deben ir más allá de estas categorizaciones y crear un arte feminista consciente, que trascienda la simple dicotomía entre lo masculino y lo femenino.

No obstante, esta lucha no debe entenderse únicamente en términos de representación numérica. La crítica de Pollock a Nochlin resalta que, al enfocarse en el arte personal y doméstico como el bordado, el feminismo puede inadvertidamente reforzar las asociaciones tradicionales entre las mujeres y el ámbito privado o doméstico, perpetuando su rol histórico de cuidadoras y madres. Pollock sostiene que el arte de las mujeres no debe estar limitado a una feminidad preestablecida, sino que debe analizarse dentro del contexto de una lucha constante contra el falocentrismo.

A pesar de estos desafíos, artistas como Judy Chicago han logrado resignificar el arte femenino. Su obra The Dinner Party es un claro ejemplo de cómo se pueden reapropiar los elementos asociados al género femenino y transformarlos en poderosas herramientas de expresión artística y política. Esta resignificación es esencial para que las mujeres no sólo sean vistas como objetos de representación, sino como sujetos activos capaces de crear y transformar el mundo del arte.

El problema de la representación femenina en el arte no es sólo una cuestión de cifras o de visibilidad, sino de poder. La representación tradicional del cuerpo femenino, creada y perpetuada por hombres, ha sido internalizada por las mujeres y ha llegado a definir parte de sus identidades. Esta internalización refuerza las relaciones de poder que sostienen al patriarcado, perpetuando la ventaja sistémica de los hombres dentro y fuera del mundo del arte.

Para transformar esta dinámica, es esencial que las mujeres reimaginen su propio lugar en el arte y, al hacerlo, desafíen el canon estético impuesto. Esto no implica ignorar la diferencia de género, sino abordarla desde una perspectiva que no se limite a los términos impuestos por la visión patriarcal. Sólo entonces se podrá avanzar hacia una verdadera equidad en el arte, donde las mujeres no sean simplemente representadas y tratadas como musas, sino que sean reconocidas como creadoras plenas de significado y valor. Al reformular nuestra propia representación en el arte, no sólo reivindicamos a las artistas cuyos nombres les fueron privados, sino que también estamos dando un paso crucial hacia la equidad de género.

SOBRE LA AUTORA

ARANZA HERNÁNDEZ

Internacionalista egresada del Tecnológico de Monterrey y actual investigadora en Lentes Púrpura. Cuenta con una especialización en Estudios de Género y Sexualidad por parte de la Universidad de Ámsterdam. A lo largo de su carrera profesional, ha participado en la creación e implementación de diferentes proyectos para la promoción y protección de los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTQIA+.