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Aquí nadie quiso irse. Quien se fue, sueña con volver

Las amenazas antimigratorias de Donald Trump no sólo acarrean una futura crisis de derechos humanos, también obliga a los países de origen atender un sistema plagado de desigualdad que orilló a sus ciudadanos a migrar.

Ayotla es un pequeño pueblo localizado en la Sierra de Puebla. Uno de los tantos que parece olvidado por las personas, las autoridades y por Dios mismo. La primera vez que estuve ahí, hace 13 años, me llamó la atención que no había hombres, sólo habitaban mujeres de edad avanzada que cuidaban a las infancias y apenas algunas mujeres jóvenes adultas que estaban también por abandonar. 

“Somos un pueblo migrante, todos están del otro lado o eso intentan. Los que lo lograron están en Nueva York o Chicago” me dijo Reyna, una muchacha de 20 años que esperaba con ansias su oportunidad para salir de su pueblo con dirección a Estados Unidos. “Yo tengo sueños y esos aquí no se cumplen”. 

Cuando volví de esa comunidad a mi realidad privilegiada, comencé a reflexionar una y otra vez sobre las razones por las que las personas se van. ¿Qué es lo que provoca que alguien quiera dejar todo lo que conoce por un país totalmente desconocido? ¿Y los riesgos a los que se exponen? ¿No extrañan la comida, a su familia, la música o los paisajes? El libro “El color de la ausencia” de Jorge Basaldúa Silva es un acercamiento a muchas de estas respuestas. 

La gente que migra en condiciones irregulares no lo hace por gusto. Es la respuesta a un sistema profundo de desigualdad, en el que irse es el único camino para alimentar a sus familias, protegerse de la inseguridad o buscar mejores oportunidades. No es la opción más fácil, como muchas personas desde el privilegio podrían calificar. El costo del trámite migratorio es alto, además de los riesgos que implica el traslado. Muchas de las personas migrantes, principalmente niños, niñas, adolescentes y mujeres, sufren abusos, violaciones y maltrato. Algunos otros son captados por las redes de trata o de crimen organizado. Aún así la promesa de llegar al otro lado parece merecer todo el calvario que implica su camino. 

La lucha contra la migración está plagada de una profunda aporofobia —miedo, rechazo, aversión o desprecio hacia las personas pobres o desfavorecidas—. Porque el rechazo no existe en la misma medida hacia aquellos que migran porque consiguieron un espacio en las mejores universidades extranjeras.

Es cierto que la migración desorganizada puede generar problemas socioeconómicos para el país de destino. No obstante, la manera de terminar con los flujos migratorios no es aumentando centímetros en el muro. Se tienen que atender las condiciones de raíz que provoca a las personas salir de su país, y aunque ese es un problema que directamente le compete a las autoridades de los países de origen, el país de destino tiene una corresponsabilidad en la protección a derechos humanos.

Frente a las amenazas directas de Donald Trump, el gobierno de México mantiene una postura de recibimiento para las personas migrantes que son deportadas. Pero el esfuerzo es insuficiente. La política de repatriación “México te abraza”, propuesta por la presidenta Claudia Sheinbaum, tiene como objetivo reintegrar a las personas a sus comunidades. Para aquellas personas que llevaban apenas algunos meses en Estados Unidos quizás sea menos complejo. Sin embargo, para quiénes llevaban años en otros países difícilmente encontrarán hogar en el territorio que dejaron tiempo atrás. El Gobierno Federal les ofrece incorporación al empleo y acceso a programas de bienestar. Pero la realidad es que México no tiene la capacidad para garantizar esto ni a quienes aquí residimos.

Aunque es cierto que las deportaciones de Trump aún no rebasan los promedios de las deportaciones diarias durante el mandato de Obama o Clinton, la forma en la que ahora lo están haciendo ha sido más extrema. Mientras que Obama tenía una política de deportar a aquellas personas migrantes que habían cometido algún delito, Trump va contra todos, no hay un criterio de selección. Y esto afecta a miles de familias que temen que al terminar el día no se vuelvan a ver. 

Muchas de las personas que tomaron ese camino no tuvieron opciones. Aunque extrañen sus raíces, nadie sueña con volver a una situación de incertidumbre, sin un hogar, con los derechos humanos pisoteados, y media vida destrozada. No quieren volver a un país que desde el inicio les había abandonado.

SOBRE LA AUTORA

Abogada por la Universidad de las Américas Puebla. Co-creadora del podcast Mundo En Corto. Me he desempeñado en derecho corporativo internacional, propiedad intelectual, y derecho digital. Mi línea de investigación y acción son los derechos humanos con perspectiva de género interseccional. Me motiva aprender, cuestionar, desaprender y entender todo lo que me rodea de manera interdisciplinaria.