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El ruido de la violencia en México

Tras la creciente popularidad de los narcocorridos en México, diferentes gobiernos locales optaron por prohibirlos. Sin embargo, esta medida sólo actúa de manera superficial frente a un problema con raíces mucho más profundas.

Pexels: WoodysMedia

La violencia en México nos superó. Ya no importa el lugar, hora o actividad, en cualquier circunstancia somos potenciales víctimas de robos, asaltos, desapariciones, violaciones o asesinatos. Es un monstruo contra el que nos hemos quedado indefensos.

La solución propuesta esta semana por las autoridades: prohibir los narcocorridos y culparlos de la situación insostenible que atraviesa el país. Con esto se reabre un eterno debate: ¿Los narcocorridos generan violencia o la violencia genera narcocorridos? ¿Se deben prohibir para evitar más violencia? ¿O su prohibición en realidad es censura?

Johan Galtung expone una teoría sobre la violencia que me parece buena para entender el papel que juega la cultura. Sostiene que la violencia se compone de tres aristas: violencia directa, estructural y cultural. La violencia directa son las expresiones visibles, como asesinatos o agresiones físicas. La violencia estructural son las dinámicas sociales injustas, por ejemplo la pobreza o la desigualdad. Y finalmente la violencia cultural son las creencias, ideologías o tradiciones que justifican los dos tipos de violencia anteriores. 

Si bajamos este concepto a la realidad mexicana, se podría decir que es la misma cultura de la sociedad la que legitima la violencia directa que se vive día con día. 

Aquí es donde hay espacio para la crítica a los narcocorridos, narcoseries o narcocultura en general. Los estímulos a los que nos exponemos moldean los valores que dirigen nuestra vida. Y en ese sentido, podríamos ser “el reflejo de la música que escuchamos”.

Sin embargo, considero que se trata de un círculo que se alimenta a sí mismo. Es también este género el que expone la realidad del país. Más allá de lo que la letra de un corrido puede mencionar, son realidades que se viven en México diariamente. La narcocultura es la punta del iceberg de un profundo sistema violento. Si se quiere terminar con el crimen organizado, se tiene que desmenuzar y atacar directamente cada causa desde la raíz y arrancar el tumor. Esta medida, en cambio, es un curita para una hemorragia que nos está desangrando.

Además de ser un control insuficiente, es ilógico. Sancionar a quiénes cantan este género en conciertos o ferias podría ser un golpe económico para las taquillas, pero las personas que consumen este contenido seguirán escuchándolo desde sus celulares, generando cifras billonarias a Spotify o cualquier otra plataforma. Si la intención de las autoridades realmente es desincentivar la violencia influenciada por los narcocorridos, me parece que una medida más efectiva sería, por ejemplo, que las autoridades enfoquen sus esfuerzos en investigar y rastrear el origen del dinero que financian estas canciones, pues en muchas ocasiones son producciones pagadas por narcotraficantes. Y entonces, sí podría sancionarse el origen ilegítimo de éstos.

Ahora, supongamos el escenario ideal: En México no se vuelve a escuchar una sola canción que enaltece a un capo y su estilo de vida ¿Eso va a cambiar la realidad violenta en la que vivimos? La cultura de violencia en nuestra sociedad va más allá de la música que escuchamos. Por mencionar algunos ejemplos, pienso en el “Tío Richie”, uno de los empresarios con más dinero e influencia en este país, aplaudiendo el asesinato provocado por Carlota “N” en Chalco. O los fanáticos haciendo destrozos y poniendo en riesgo la vida y salud en estadios de fútbol, como en el partido de Atlas vs. Querétaro en 2022. O en las múltiples riñas en el antro élite de moda cada quince días. Simplemente basta entrar a cualquier publicación de Facebook y leer los comentarios cargados de odio, amenazas e insultos para entender que la violencia en nuestra sociedad está mucho más arraigada de lo que una canción puede generar.

Esta medida que busca construir una conciencia pacífica entre las y los oyentes y evitar la apología de la violencia, debe ser acompañada de un esfuerzo real por modificar el contexto violento que viven miles de personas en México. Para que las y los adolescentes no idolatren a narcotraficantes, es necesario que tengan otras figuras de referencia que sean dignas de admiración. Y en esta realidad, es difícil que aspiren a ser policías o gobernantes cuando, en su mayoría, sólo son más ejemplos de impunidad, corrupción y negligencia. Si quieren que no se venere y protejan a los cárteles, se debe de atender urgentemente el abandono profundo en el que se encuentran cientos de comunidades expuestas al narcotráfico, en las que las despensas, medicinas, educación y cuidados básicos son procurados por el crimen organizado y no por el Estado. 

Aunque no vuelva a cantarse ningún corrido bélico en el país, el ruido de la violencia en México seguirá sonando muy alto.

SOBRE LA AUTORA

Abogada por la Universidad de las Américas Puebla. Co-creadora del podcast Mundo En Corto. Me he desempeñado en derecho corporativo internacional, propiedad intelectual, y derecho digital. Mi línea de investigación y acción son los derechos humanos con perspectiva de género interseccional. Me motiva aprender, cuestionar, desaprender y entender todo lo que me rodea de manera interdisciplinaria.