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Emilia Pérez: La caricatura no es empatía
Emilia Pérez, de Jaques Audiard, ha atravesado alabanzas, burlas, premios, críticas y boicots disfrazada de cordero, pidiendo compasión y empatía cuando justamente es eso lo que carece la cinta.
Por fin anunciaron las nominaciones a los Premios Oscar este año y, para sorpresa de nadie, Emilia Pérez arrasó con 13 nominaciones, incluyendo Mejor Película, Mejor Actriz y Mejor Director. Días antes de esta noticia, el director Jaques Audiard y el elenco dieron una rueda de prensa en México para responder a las críticas que ha recibido la película. “Quise abordar este tema con toda empatía, prudencia y reflexión”, dijo. Sin embargo, la película parece tener todo menos empatía.
¿Cómo haces una afirmación así cuando el propio Audiard declaró que no investigó sobre México porque “lo que tenía que entender ya lo sabía un poco”? ¿Cuando no filmó en México y los diálogos parecen traducidos al español con ChatGPT? Peor aún: ¿Cuando decidieron arbitrariamente estrenar la película en México hasta después de pasar por todos los festivales y meterse en la temporada de premios?
Emilia Pérez no es empática: es una caricatura, una premisa tramposa que se aprovecha del sufrimiento de un pueblo para satisfacer caprichos artísticos.
En cuanto a aspectos técnicos, sí, la película tiene una buena fotografía y la actuación de Zoe Saldaña es rescatable. Por lo demás, la película es un desastre: un guion inverosímil y un casting de actrices que claramente no tienen el nivel de español que los diálogos (también muy pobres) requieren. Pero hoy no voy a hablar de tecnicismos, porque el problema de Emilia Pérez no es cinematográfico, es político y ahí sólo es ofensivo.
La historia en corto va de una abogada, Rita Moreno, que ve cambiar su carrera cuando el narcotraficante “El Manitas” la secuestra para pedirle ayuda con su transición de género. Años después, la vuelve a encontrar ahora como Emilia Pérez. Por alguna suerte de epifanía, Emilia cae en cuenta de lo atroz de su pasado y quiere redimirse y resolver la crisis de desaparecidos en México. Eso con una subtrama sobre Emilia y su exesposa que va y viene.
¿Besar la mano que daña?
El momento de revelación para Emilia para su papel de salvadora llega en el segundo acto. Comiendo en un tianguis se encuentra con una madre buscando a su hijo y cae en cuenta que la desaparición del muchacho resultó de su accionar como narcotraficante. A partir de su arrepentimiento, crea una ONG dedicada a buscar desaparecidos. Como resultado, logra devolverle a la mujer el cuerpo de su hijo. En agradecimiento, la madre besa la mano de Emilia.
“Una escena inofensiva”, podría haber pensado Audiard mientras escribía esto. Sin embargo, en un país como México en el que buscar a tu familia puede costarte la vida o en el que tiene un estado viviendo una crisis de violencia a manos de dos cárteles, esta imagen solamente es ofensiva.
Al 1 de agosto de 2023, El Universal contabilizó en México al menos 234 colectivos de familiares buscadores de desaparecidos. Estos grupos, integrados en su gran mayoría por mujeres, han podido encontrar a más de 1,230 personas sin vida en fosas clandestinas de 2019 para acá, así como a más de 1,300 personas vivas en diferentes lugares del país.
La labor de las madres buscadoras no sólo es admirable y loable: es peligrosa. Entre 2010 y 2019, al menos 21 madres y personas buscadoras fueron asesinadas mientras trataban de encontrar a sus hijos.
Audiard fue claro al decir que investigar no era de su interés, que él de alguna forma ya lo entendía. Sin embargo, tuvo a bien retratar a una madre buscadora besando la mano de la arquitecta de su infierno. Algo que deja en evidencia el nulo entendimiento de la situación en México. Lo peor de esto es que a esto tuvo el descaro de llamarlo “empatía”.
La no voz de la comunidad trans
En los tiempos que vivimos, sí tiene importancia que una película protagonizada por una persona trans esté teniendo el reconocimiento que tiene Emilia Pérez. Claro que es importante que Karla Sofía Gascón (Emilia Pérez) probablemente se vuelva la primera mujer trans en ganar un Oscar.
No obstante, la película ha sido catalogada por integrantes de la misma comunidad como una representación pobre, por decir lo menos, de la transexualidad. Drew Burnett, editora y escritora trans en Autostraddle, un medio especializado en la comunidad LGBTQI+, lo pone en estas palabras:
“La película toca casi todos los estereotipos trans que puedas imaginar: La mujer trans asesina; la mujer trans trágica; la mujer trans que abandona a su esposa e hijos al transicionar; la transición tratada como muerte; el deadnaming y misgendering en momentos clave; y describir a la mujer trans como mitad hombre, mitad mujer”.
Desde luego es necesaria la representación de la comunidad, en específico de las personas trans. ¿Pero es igual de válida cuando esta es una representación pobre? Y no lo digo en tono de “no puedes contar historias que no sean las tuyas”, claro que cualquier artista puede contar las historias que quiera. Sin embargo, la representación por cumplir una cuota de diversidad puede terminar haciendo eco a estereotipos que, precisamente, las personas involucradas buscan erradicar. Y eso es justo lo que hace Emilia Pérez. De nuevo: eso no es empatía.
Una voz consistentemente silenciada
Me parece preocupante que el reconocimiento de la crítica internacional a estas problemáticas venga hasta que un europeo decide contarlas. Sobre todo cuando en el cine mexicano tenemos cintas como Noche de Fuego (Tatiana Huezo) o Ruido (Natalia Beristán), por nombrar algunas, que ya tratan el tema de la violencia en México. Me preocupa porque me parece que es una demostración más de que la voz que hace cine en México es una consistentemente silenciada, tanto comercial como literalmente.
Comercialmente porque en México sigue siendo difícil acceder al cine nacional. Entre la pobre distribución que tienen las películas y los prejuicios que hay sobre las producciones nacionales —todos hemos escuchado “es que el cine mexicano sólo son comedias chafas”—, terminamos perdiéndonos grandes historias desde la mirada local. Y no lo digo yo, lo dice la la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (CANACINE): De los 217 millones de entradas que se vendieron el año pasado, los 145 largometrajes mexicanos que se estrenaron sólo acapararon 9.4 millones de entradas. En otras palabras, la voz nacional sólo llegó al 4.3 por ciento de la audiencia.
Ahora, también es silenciada en un sentido literal. La violencia en México también se lleva a quienes hacen cine:
2024: El técnico de iluminación Victor Muro Velásquez (Roma, El crímen del padre Amaro) fue encontrado sin vida en Xalapa, Veracruz.
2022: Samuel Ríos y Valles (Los detalles olvidados, No me mandes a mí, Los días que no estuve) fue asesinado en CDMX en un presunto asalto.
2018: Tres estudiantes de cine, Salomón Aceves, Marco García y Daniel Díaz, fueron asesinados en Jalisco tras ser confundidos con narcotraficantes, mientras rodaban un cortometraje para un proyecto universitario.
2017: Carlos Muñoz Portal, scouter para Netflix, fue asesinado mientras buscaba locaciones para Narcos en el Estado de México.
Claro que directores extranjeros pueden contar historias nacionales. Incluso pueden hacer grandes películas con ellas como Denis Villeneuve lo hizo con Sicario en 2015. Pero estas historias no pueden contarse sin la documentación necesaria, es la única forma en la que puede entender el contexto en el que pretende desenvolverlas (y por tanto, la única forma de empatizar realmente).
Es importante reconocer esto porque hacer cine en México nunca ha sido meramente una práctica artística, es un acto político y no puede entenderse de otra forma.
Gaslighting sistemático al público mexicano
Audiard catalogó a Emilia Pérez como una carta de amor a México. Pero la verdad, para esas demostraciones de amor, mejor nadota. Decidió que no necesitaba investigar la problemática a tratar, filmar la totalidad de la película en París, tener un elenco principal con una sola actriz mexicana (Adriana Paz). ¿Dónde está el amor? La directora de casting justificó esto último diciendo que en México no encontraron el talento que la película necesitaba.
El colmo: cuando México le dijo “estás mal”, la respuesta fue el gaslighting. Cuando le dijo que la crisis de violencia en México no es una comedia, que el narcotráfico no es un tema risible y que el dolor no debería ser objeto de consumo, la respuesta fue “es que no me entendiste bien”. Quién sabe. Tal vez después de todo sí es una muestra de amor… tóxico.
Y a ver, el gaslighting va más allá de un par de frases. Pasa por un proceso que atraviesa toda la industria para convencernos de que no tenemos por qué ofendernos. Por ejemplo, el cierre filas para apoyar la cinta (incluyendo a mi santo Guillermo del Toro) o decidir estrenarla por último en México porque sabían que las críticas se iban a dejar venir. “Es de que esperen hasta verla para criticarla”, dicen. Ajá, ¿y cómo si no está disponible?
Eeeso sí, cuando las críticas fueron muchas y tuvieron que reaccionar, el director dio la cara. “Amo a México”, dijo. “No soy un experto en México, aunque he venido varias veces, me he documentado”. ¿No que no? ¿O sí se documentó, pero sólo para lo que le convenía? “Si hay cosas que les parecen escandalosas en Emilia, les pido disculpas” dijo y se disculpó. Perdón si te ofendiste porque dije algo ofensivo, básicamente. ¿Pues qué crees?
No necesito permiso para ofenderme
Los problemas de Emilia Pérez van más allá de unos malos diálogos o que Selena Gómez evidentemente no habla español. Si eso fuera sería una película que vemos y olvidamos en un mes. Pero Emilia Pérez es la principal candidata a ganarlo todo en la temporada de premios. Como si nuestra historia sólo fuera legítima cuando viene del norte global.
A mí me ofendió Emilia Pérez. Razones me sobran, pero no las necesito. No necesito permiso de un francés para ofenderme por retratarnos como lo hizo. No nos merecemos que la ofensa se catalogue como genialidad. Y por sobre todo: no nos merecemos que pretendan venderlo como empatía.
Al momento de escribir esta columna, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas reporta 121,599 personas desaparecidas en México. Una herida abierta que por volver caricatura le está valiendo a Emilia Pérez todos los premios del mundo.
SOBRE EL AUTOR
E. Hauvery Cetina Karsten es un escritor y guionista mexicano, apasionado del cine y la comedia. Escribió el libro de poemas Nuestro sueño estéril y dirigió el cortometraje Casa Vacía.