¿Por qué marchamos?

Para las personas LGBTQIA+, marchar ha sido una herramienta tanto de lucha como de celebración; asistir a la marcha del orgullo LGBTQIA+ en la actualidad es una experiencia ambivalente.

¿Por qué marchamos?

Para las personas LGBTQIA+, marchar ha sido una herramienta tanto de lucha como de celebración; asistir a la marcha del orgullo LGBTQIA+ en la actualidad es una experiencia ambivalente.

¿Qué significa marchar y para qué marchamos? Las marchas y protestas sociales son un mecanismo de la sociedad civil para disentir; las personas que marchan toman el espacio público con un objetivo político o social en mente. Históricamente, estas manifestaciones han sido recibidas con violencia por parte del régimen político al que se enfrentan. Estas movilizaciones sociales son tan diversas como sus participantes. Para las personas LGBTQIA+, marchar ha sido una herramienta tanto de lucha como de celebración; asistir a la marcha del orgullo LGBTQIA+ en la actualidad es una experiencia ambivalente.

El 2 de octubre de 1978 se llevó a cabo una protesta conmemorativa para recordar la masacre estudiantil que sucedió diez años atrás y que reclamó la liberación social. A esta marcha se incorporó por primera vez un contingente de homosexuales abogando por la libertad sexual como condición para la liberación. Había un vínculo estrecho entre la comunidad LGBTQIA+ y activistas de movimientos que participaron en aquellas protestas. 

Oficialmente, la primera marcha del orgullo LGBTQIA+ sucedió en junio de 1979. En ésta, las personas marcharon para reivindicar sus identidades. Diversos contingentes se movilizaron en contra de la violencia policial, la falta de derechos y la falta de reconocimiento social. Estas dos movilizaciones fueron un grito ronco de personas que habían sido invisibilizadas y perseguidas toda su vida. Estos antecedentes son claves para entender cómo marchamos las personas LGBTQIA+ hoy.

Junto con el cambio social, la manera de marchar para las personas LGBTQIA+ se ha transformado. Asistir a esta marcha es una experiencia muy distinta a la que fue en sus orígenes. Si caminas por Avenida Reforma el 29 de junio, verás un desfile de centenares de carros alegóricos; las empresas, organizaciones de la sociedad civil, instituciones gubernamentales y negocios de diversas partes de la República se juntan para celebrar la diversidad. 

Hay millones de banderas arcoíris por todas las calles, música y personas celebrando. El motivo político que antes movía esa marcha se ha diluido. Aunque me parece que la celebración y el gozo son indispensables para la lucha social, la marcha del orgullo es un ejemplo perfecto de la institucionalización del disenso. Se ha formado un orgullo LGBTQIA+ que le acomoda a las instituciones y que limita el potencial de reflexión y movilización política que pueden inducir estos espacios. Ser incluidxs en ámbitos cisheteronormados es ahora el objetivo final y contrasta con los objetivos políticos de las primeras marchas. Debemos preguntarnos por qué marchamos y si es o no justo celebrar cuando hay personas en el espectro LGBTQIA+ que siguen siendo asesinadas, violentadas y privadas de la libertad. 

Desde 1979, los derechos de la diversidad sexo-genérica han avanzado. Nuestros derechos han sido lentamente reconocidos y visibilizados, han emergido de la oscuridad y nos han incorporado al panorama social y político de nuestro país. El mundo parece estar girando la mirada hacia aquellxs que hemos sido perseguidxs, y la diversidad está siendo posicionada en el centro del debate. Indudablemente, hay un largo camino que recorrer para garantizar los derechos de una comunidad tan diversa. A pesar de que existe un sentimiento de progreso para algunos grupos pertenecientes a esta comunidad, aún queda mucho por hacer para todoxs aquellxs que están atravesadxs por otras vulnerabilidades.