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Reflexiones del cuidado
¿Cómo sería una sociedad donde los cuidados no se asociaran intrísecamente a las mujeres? ¿Por qué la maternidad parece ser una acción solitaria? Para poder responder estas preguntas necesitamos reconstruir nuestra definición de "cuidados".
Cuidar es dar. Es darte a ti misma en el proceso de reconocer y ver al otro, atender sus necesidades y, a veces, dejar de lado las tuyas. Cuidar es dar, es darte a ti misma en ese proceso.
O al menos eso es lo que he escuchado que significa para las mujeres. Se dice que cuidar es parte de nuestra naturaleza, de nuestra identidad. Que nuestras supuestas fortalezas biológicas recaen en la capacidad de relegarnos a un segundo plano para crear grandes hijes y parejas. Al final, “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”, ¿no?
Pienso en esto cuando reflexiono sobre la maternidad y la renuncia que implica. Hoy no estoy cerca de tener hijes, pero la idea me genera emociones contradictorias: emoción y terror, casi en el mismo nivel. En mi proceso de decidir si quiero o no ser madre, he buscado acercarme a diferentes posturas: mujeres que no desean ser madres, mujeres que se arrepienten, mujeres que lo desean y no pueden, mujeres que lo desean y lo logran. Todo esto buscando alternativas a la narrativa con la que crecí, esa que decía que les hijes le “darían sentido a mi vida”, que este existir sólo valdría la pena si yo fuera madre.
¿De dónde viene esta necesidad de encontrar el sentido de nuestra existencia en les hijes? ¿No parece ser la semilla perfecta para relaciones tóxicas donde les hijes deben cumplir con nuestros sueños, ajustarse a nuestras expectativas o cargar con tanto de nuestra identidad que se vuelven el centro de nuestra vida y nuestra dependencia emocional?
Me niego a creer que mi existencia sería menos plena si decido no tener hijes o si por circunstancias de la vida no llego a tenerles. Quiero resignificar el cuidado. No es suficiente asumir que, por ser mujeres, “se nos da” el cuidado y que, por lo tanto, esa debe ser nuestra misión de vida. Si todas las personas fuéramos realmente congruentes, nos daríamos cuenta de que todos tenemos el derecho y la obligación de dar y recibir cuidados. La capacidad de cuidar no es biológica y, como muchas otras habilidades, se puede aprender.
¿Qué pasaría si dejáramos de definir a las mujeres como “madres” y “esposas” y, en cambio, les diéramos siempre un nombre, apellido y semblanza que describiera quiénes son más allá de sus roles de cuidado?
¿Cómo cambiaría la maternidad y el cuidado en una realidad donde no sólo las mujeres piensan y se desviven por estar en la vida de les hijes, donde el sistema creara espacios para la maternidad que fueran más allá del ámbito doméstico? Porque hoy maternar parece ser sinónimo de encierro. Nada está diseñado para llevar a les hijes contigo a la vida pública. Todo te orilla a guardarte, porque es lo más fácil. Y el costo de esto, tal vez, es la salud emocional de muchas madres.
No sé cuándo tendré hijes, pero espero poder construir acuerdos de cuidado donde la renuncia no sea sólo mía. Donde el compromiso con la crianza no sea visto como un acto exclusivo de las mujeres, sino como una responsabilidad compartida entre todas las personas criadoras. Donde tal vez logremos subvertir al sistema y armar una revolución de cuidados.
SOBRE LA AUTORA
MARIA MURIEL
María Muriel es una abogada egresada de la Universidad Iberoamericana, con amplia experiencia en arbitraje y litigio mercantil. Complementando su perfil, ha realizado estudios en mediación, negociación y construcción de acuerdos en el CIDE, así como una Maestría en Resolución de Conflictos en la Universidad de Essex. Curso el Diplomado de Relaciones de Género en la UNAM, lo que reforzó su compromiso con la equidad de género y le proporcionó los conocimientos necesarios para abordar desafíos y problemáticas relacionadas.